Nunca he entendido la importancia y el interés que generan los bocetos. Durante toda mi vida he vivido perseguida. Sí, perseguida. Perseguida por el afán que todo el mundo suele tener con los bocetos.
Siempre he comparado el proceso creativo en mi cabeza como una batidora. Lo explico:
- Alguien te pide que realices un proyecto. Digamos que este proyecto es el plato que queremos conseguir.
- El proyecto requiere de unas características. Aquí tenemos los ingredientes.
- Haces inventario de las herramientas con las que trabajas y los utensilios con los que cuentas.
- Y ahí estoy yo, el creativo o el diseñador, el cocinero al fin y al cabo.
Una vez que aparece la propuesta, mi cabeza se convierte en batidora. Ideas que van y vienen. Pensamientos que no consiguen ni llegar a serlo. Imágenes que no sirven de nada y acaban siendo trituradas. Y, de pronto, surge lo que yo siempre denomino “visión”.
Una visión que nada tiene que ver con una bola de cristal. O quizás sí, porque a veces tienes la capacidad de anticiparte al futuro y adelantarte a las nuevas tendencias.
La visión es la idea final. Aquella que sabes que vale. A veces, incluso, aparece sin más y te pones manos a la obra porque sabes y tienes la certeza de que funciona. Esta idea es capaz de huir veloz de las varillas de la batidora.
Al fin ha llegado el momento de que tu IDEA vea la luz y sea reconocida. Tú esperas impaciente un aplauso, una palmadita en la espalda que te reconforte y te confirme que es buena. Y sin embargo, siempre acaba apareciendo la maldita pregunta: ¿Dónde están los bocetos? ¡En mi cabeza! ¡Los bocetos están en mi cabeza!
Sin embargo, con el tiempo, he conseguido reconocer la importancia del proceso creativo dentro de un proyecto y a dar valor al camino que se sigue antes de crear. Disfrutar y aprender de cada paso. El efecto «prueba-error» del que ya hablábamos nos enriquece y hace más grandes.
Pero siempre, inevitablemente, aparece la batidora (es parte de mí) y he de reconocer que me pierdo entre bocetos mentales y que, a veces, se quedan solo en eso.
Perseguida de por vida por la importancia del boceto, a día de hoy caigo rendida y exclamo aquello de: Dejad que los bocetos se acerquen a mí. Y si es posible que lo hagan a pares. Que me lluevan bocetos encima, que me cubran el cuerpo y se conviertan en mi segunda piel.
¿Acaso no estamos hechos de bocetos?